Déjame contarte esta historia porque está llena de casualidades creativas. En plena pandemia, mi prima Marie, la que vive en Japón (¡Sí, Japón!), me escribe con la idea de que hagamos unos aretes con una impresora 3D que recién había comprado. ¿Te imaginas? La propuesta de esta marca era fusionar lo tropical de México con la delicadeza de la cultura japonesa, y el nombre que elegimos fue Coco Nara. Aunque la marca no se materializó, la idea me quedó resonando en el fondo porque, honestamente, soy de esas personas que se sienten incompletas sin un par de aretes.
Pasó el tiempo y, me encontré viviendo un par de meses en Guadalajara. Un día, acompañando a mi mamá a comprar vasos de vidrio soplado (ya sabes, esos de Tlaquepaque que están en cada tianguis) y con los que he crecido desde chica, y PUM me acordé de mi amix KX. Ella siempre había dicho que le encantaría crear objetos en vidrio. Mezclado con mi espíritu creativo y estando un poco aburrida se me ocurrió una cosa: ¿Y si diseño unos accesorios usando esta técnica?
Mi creatividad es mi refugio porque cuando mi creatividad no tiene salida, me siento pésimo. Y así empecé a tejer una narrativa visual, donde las texturas de mi infancia se entrelazaban con la estética del vidrio soplado. Pensé en los vasos vibrantes de Tlaquepaque, en los jarrones de rojo profundo que parecían capturar la luz, y en los platos que adornaban las paredes de la casa de mis padres, como si fueran dulces de caramelo suspendidos en el tiempo. Pero también quería añadir una capa más, algo inesperado, que rompiera con lo tradicional. Fue entonces cuando las babosas de mar, con sus colores surrealistas y texturas fluidas, me sirvieron de musa. Incluso el slime, esa sustancia, me recordó la maleabilidad del vidrio fundido.
El resultado fue una colección de Aretes y anillos que captura ese diálogo entre lo sólido y lo líquido, lo artesanal y lo espontáneo. Y lo mejor de todo, es que estos aretes tienen una historia que va más allá de los materiales: son una manifestación de todo lo que me inspira, desde las conversaciones con mis amigas hasta los espacios que me han marcado.
Al final, esta colección lleva el nombre Nara Coco porque, de no haber tenido esa conversación inicial con mi prima sobre crear aretes, ¡jamás habría llegado a esta idea! A veces, los impulsos creativos nacen de los momentos más íntimos y casuales, y esta es la prueba de ello.